Para llegar a lo más alto, este bailarín tuvo que encontrar su camino y romper estereotipos

Con solo 21 años, Nathan Féliot tiene muy claro lo que quiere: ser bailarín profesional. Para conseguirlo, está desafiando las expectativas de la sociedad y de su familia.

“No quiero arrepentirme de nada”, explica el francés aludiendo a su carrera profesional.

La carrera de Nathan hasta lo más alto no es diferente a la de otros jóvenes a quienes se ha enseñado que el deporte solo va de salir a competir en un campo o una cancha.

Nathan, que creció en Toulouse, recuerda sus primeras ideas equivocadas: "En la escuela, el fútbol era de niños y la danza de niñas. Me imaginaba a las típicas bailarinas con tutú haciendo danza clásica. No quería hacer eso ni tampoco sabía que iba a poder desafiar ese estereotipo de género".

Nathan, muy unido ya a su madre, probó el fútbol, como los niños de su clase, ya que quería pasar más tiempo con su padre. Luego se pasó a la natación. Más tarde al atletismo. Y después a las artes marciales. Pero no le gustaban. "El entrenador te chilla y no disfrutaba", explica.

Al final, su madre lo apuntó a Le Lido, la famosa escuela de circo de Toulouse. Fue allí donde un profesor descubrió el talento de Nathan y lo convenció para empezar con la danza en un conservatorio superior. "Sacó algo de mí que, básicamente, no mostraba porque no me creía capaz", explica Nathan.

Cuando ya dio rienda suelta a su pasión, Nathan tuvo que afrontar otro obstáculo: convencer a su madre, una ingeniera de éxito, de que centraría su carrera profesional en las artes escénicas. Fue constante con las clases de danza intensivas a las que tenía que dedicar 80 horas semanales en el estudio y las compaginaba con un curso de 2 años de comercio internacional. "Era agotador, pero también el precio por hacer lo que más me gustaba", afirma Nathan, que aún no había tenido la conversación con su madre.

"No quería decirle directamente que quería bailar porque sabía que no sería fácil de aceptar", dice Nathan. Nos explica que, a pesar de que su madre está orgullosa de lo que ha logrado en la danza, sigue preocupada (como muchos otros padres) por si el talento y la creatividad de su hijo no le sirven para ganarse la vida.

Aun así, sigue centrado en sus objetivos. "Quiero demostrarle que puedo triunfar", afirma Nathan, quien también quiere cambiar los prejuicios que hay sobre el mundo de la danza. Ya se ha topado con algunos estereotipos raciales del tipo "los negros bailan bien", aunque no los consideren bailarines clásicos. Con esfuerzo y diligencia, también quiere acabar con estas ideas preconcebidas.

El próximo destino de Nathan es Bélgica, donde ha sido admitido en un programa de 3 años de un conservatorio de danza prestigioso. ¿Y luego? Ya tiene proyectos en mente. Los famosos coreógrafos de danza moderna, como Jacob Jonas y James Wilton, son su fuente de inspiración. Nathan ya está pensando en el futuro de su carrera profesional en la danza: tanto en reinterpretar musicales como en dar el salto de bailarín a coreógrafo.

"No puedes ser un bailarín toda la vida. Tienes que apostar por algo más estable".